sábado, 6 de noviembre de 2010
La agonía hacia un oscuro abismo
En las salas del hospital, entre lloros y sufrimiento, nace una vida y se apagan otras tantas, esta es una historia de la realidad, una de tantas historias trágicas y tristes, que nos topamos todos los días aquellos que estudiamos medicina, son tantas vidas que pasan por nuestras manos que a veces olvidamos el sufrimiento humano, se hace tan común, que lo damos por sentado, algunos piensan que no tenemos sentimientos, o que no nos da dolor nuestros pacientes, pero quizá esa mascara que nos colocamos como mecanismo de defensa es la que nos hace ver así frente a las personas.
Yorman un joven estudiante, alegre, deportista, alguien común, como tu, como yo, en la segunda década de su vida, se vio afectado por una enfermedad que lo llevo a recorrer en pocos meses un camino truncado, el cual finalizo en un abismo profundo, que no tuvo vuelta atrás, haciendo que esa luz que emanaba su ser, se apagara lentamente hasta desvanecerse completamente en el olvido.
Los pocos días en que lo conocí en el Servicio de Oncología, aquella cama 12 un muchacho de mi edad con su escaso cabello, poseía una mirada pensativa, se veía algo aburrido y apático tras par de meses internado en aquel lugar, lo interrogue acerca de su sintomatología y enfermedad e hice mis anotaciones, algo rutinario, lo valore y examine, como a todos los pacientes. Me despedí de el hasta el día siguiente y seguí con el próximo paciente.
Su quimioterapia estaba en proceso y las huellas de aquellos medicamentos estaban impresos en el, su cabello en el piso lo denotaba, el olor de aquella habitación, nauseabundo de los vómitos de aquella noche, lo hacían lucir cansado y agotado. Día tras día hacia mi visita y reportaba la evolución de los pacientes, unos en franca mejoría otros en peoría, en caso de Yorman implicaba una montaña rusa, a veces mejor otros muy malos, una cefalea intensa lo afectaba, y un daño progresivo en la esfera neurológica nos indicaba mal pronostico, los métodos diagnósticos y terapéuticos no estaban dando resultados a pesar del enfoque en el caso.
Los familiares hacían todo lo posible por brindarle las comodidades en su estadía, a pesar de ser personas humildes, de pocos recursos económicos. Las noches se hacían eternas y los días vacios para el, las únicas sonrisas que mostraba su rostro eran en el momento de la evaluación neurológica para evaluar su parálisis facial, en el cual se le pedía a Yorman que sonriera, que silbara y otros movimientos que nos permitían evaluar aquella afección, pero siendo sonrisa trucada e incompleta tanto patológicamente como contextualmente.
El deterioro de su salud se hacia muy evidente, siendo claro el día que me dijo “doctor no aguanto este dolor” al otro día de no reconocerme ni a mi, ni a sus familiares, los exámenes de laboratorio y las tomografías nos indicaban el peor escenario.
Un día rutinario en el hospital comenzaba, y los pasillos del servicio de oncología llenos de ruido, y llanto a lo lejos indicaban el deceso de algún paciente, la señora Juana quien tenía cáncer de mama y había fallecido a eso de las 5 de la mañana. Los familiares destrozados no se lo podían creer. Ya al pasar por la habitación de Yorman al abrir la puerta me encuentro con la cama vacía y sin un objeto en aquel lugar, de inmediato me dirijo a la sala de enfermería a preguntar que había pasado con Yorman, cual seria mi sorpresa al escuchar aquella triste respuesta de la enfermera de turno. “Yorman falleció anoche”.
Al otro día aquella cama 12 estaba ocupada por Felipe, un señor de mediana edad, quien iniciaba su camino por aquella vía tortuosa la cual poseía dos salidas, la vida o la muerte.
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Así cm ésta hay muchas historias a diario pero son parte d la vida y hay q acptarlas x mas tristes q puedan ser. Y m dja cm enseñanza q dbo vivir kda día agradciendo x lo bueno o malo q m suceda ya q hay personas en situaciones peores q hacn l mayor esfuerzo x sobrevivir
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